Tras
un período de silencio y reflexión, dejando que
sea el Espíritu quién dirija los acontecimientos,
hemos estado prudentemente expectantes,
esperanzados y sorprendidos de cómo su acción es
eficaz, creativa y renovadora.
Nuestros hermanos, a quienes se les va a imponer
las manos al tiempo de la oración consagratoria
del Obispo, van a ser apartados del pueblo para de
nuevo volverlos a introducirlos inmersos en él,
como un signo del amor de Dios que en Cristo Jesús
se manifiesta. Siendo ellos los mismos, tendrán la
capacidad de hacer presente a Cristo servidor en
medio del mundo.
Siendo ellos mismos serán llamados para servir
mejor al Pueblo de Dios. No buscaran otra cosa que
la gloria de Dios, ni prestigio, ni prebenda
alguna, ni consideración por su nuevo estado.
La comunidad cristiana presenta a los
candidatos pidiendo al Obispo que sean ordenados
Diáconos y el Obispo preguntará a quien los
presente, si han sido hallados dignos.
Durante unos minutos interminables yacerán
tumbados boca abajo en el suelo. Ellos, derribados
de sus apetencias, indefensos, solos, abstraídos,
mientras toda la comunidad ora y canta las
letanías de intercesión de los santos,
pasará la película de su particular historia por
cada una de sus mentes...
"Toda
la creación, la experiencia de su elección por el
Señor, la alianza hecha en las tardes de estío, el
diálogo salmodiado de las múltiples experiencias
de su vida, el cumplimiento de las promesas de un
amor vivido en exclusiva, la decisión a seguir a
Jesús y la experiencia de tantos y tantos hermanos
que a lo largo del camino de tu vida te han
acompañado..."
Hombres nuevos revestidos con la indumentaria del
servicio: Alba como pertrecho de la dignidad que
te impregna, estola blanca cruzada sobre el pecho,
incapaz de contener el gozo inmerecido de un
momento que durará para siempre, y la dalmática,
vestidura de la oración y de la salvación,
rectitud que les cubrirá para siempre.
La caridad como expresión del amor de Dios a los
hombres, la liturgia como relación amorosa y
expresión de la fe al Padre y el anuncio de la
Buena noticia de que el reino de Dios es para
todos.
Eres llamado por el Obispo a ser diácono a recibir
la imposición de manos en el sacramento del Orden,
y esto que es una opción radical y seria de vida,
no anula ni destruye el sacramento del matrimonio,
lo potencia, concierta las gracias de estado, en
una sinergia profunda que amalgama el
interior del alma humana y la configura en Cristo,
respetando al mismo tiempo la individualidad
personal que también con Cristo forman uno en el
sacramento del Matrimonio.
Este gran
gozo al recibir a seis nuevos diáconos es una
gracia especial al celebrar estos días el
cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II que
hizo posible la recuperación de este ministerio.
Demos gracias a Dios.
Pepe Rodilla.
Diácono. Secretario de la Comisión del Diaconado
Permanente de la Diócesis Valentina. |